⚔️La espada de la luz [Relato]🖋️​


Era una noche oscura y tormentosa, cuando un joven guerrero llamado Lian se adentró en la cueva del dragón. Buscaba la legendaria espada de la luz, una arma mágica que podía cortar cualquier cosa y que brillaba con el poder del sol. Según las antiguas leyendas, la espada había sido forjada por los dioses y entregada al primer rey de Alaria, pero había sido robada por el dragón negro, que la guardaba celosamente en su guarida.

Lian se abrió paso entre las rocas y los huesos, esquivando las llamas y el aliento venenoso del dragón. Llevaba consigo una armadura de cuero y una espada de hierro, que poco podían hacer frente a las garras y los colmillos del monstruo. Pero Lian no tenía miedo, pues su corazón ardía con el fuego de la justicia y el honor. Había jurado recuperar la espada de la luz y liberar a su pueblo de la tiranía del rey Corvus, que oprimía a los alarianos con sus impuestos y sus leyes injustas.


Lian llegó al final de la cueva, donde se encontraba el tesoro del dragón. Allí vio montañas de oro, joyas y objetos preciosos, pero lo que más le llamó la atención fue una espada que resplandecía con una luz cegadora. Era la espada de la luz, que parecía esperar a su nuevo dueño. Lian se acercó a ella con cautela, temiendo alguna trampa o algún hechizo. Pero cuando tocó la empuñadura, sintió una conexión especial con la espada, como si fuera parte de él. La espada le habló en su mente, con una voz dulce y melodiosa:


Bienvenido, Lian. Eres digno de portarme. Yo soy la espada de la luz, y te he elegido como mi nuevo portador. Juntos podremos hacer grandes cosas.


¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? - preguntó Lian, sorprendido.


Soy una creación de los dioses, y tengo el poder de ver el alma de las personas. Sé que eres un guerrero valiente y noble, que lucha por una causa justa. Sé que quieres liberar a tu pueblo del malvado rey Corvus, y yo puedo ayudarte.


¿Cómo puedes ayudarme? - preguntó Lian.


Conmigo podrás enfrentarte al dragón negro y derrotarlo. Conmigo podrás atravesar las murallas del castillo del rey Corvus y acabar con su vida. Conmigo podrás ser el nuevo rey de Alaria, y gobernar con sabiduría y bondad.


¿De verdad? - preguntó Lian.


Sí, de verdad - respondió la espada - Pero hay una condición.


¿Cuál es? - preguntó Lian.


Debes jurarme lealtad eterna. Debes prometerme que nunca me abandonarás ni me traicionarás. Debes ser mío, como yo soy tuya.


Lo juro - dijo Lian sin dudar.


Entonces, somos uno - dijo la espada - Ahora, vamos a cumplir nuestro destino.



Lian levantó la espada de la luz con orgullo y determinación. La espada brilló aún más fuerte, iluminando toda la cueva. El dragón negro rugió furioso al ver que su tesoro más preciado le había sido arrebatado. Se lanzó contra Lian con toda su furia, dispuesto a devorarlo. Pero Lian no se amedrentó. Con un grito de guerra, se enfrentó al dragón con la espada en alto.


La batalla fue épica e intensa. El dragón escupía fuego y veneno, mientras que Lian esquivaba sus ataques y le asestaba cortes con la espada. La espada le guiaba en cada movimiento, le daba fuerza y valor. Le decía dónde golpear y cómo defenderse. Le animaba y le alentaba. Era su aliada perfecta.


Finalmente, Lian logró acercarse al cuello del dragón y le clavó la espada con todas sus fuerzas. El dragón soltó un alarido de dolor y cayó al suelo, inerte. Lian había vencido. Había matado al dragón negro. Había conseguido la espada de la luz.


Lian se sintió eufórico y triunfante. Se acercó al cadáver del dragón y le arrancó una de sus escamas, como trofeo. Luego, se dirigió a la salida de la cueva, dispuesto a continuar su misión. La espada le habló de nuevo en su mente:


Lo has hecho muy bien, Lian. Estoy orgullosa de ti. Has demostrado tu valor y tu coraje. Ahora, vamos a liberar a tu pueblo del rey Corvus.


Sí, vamos - dijo Lian.


Pero antes, hay algo que debes saber - dijo la espada.


¿Qué es? - preguntó Lian.


Soy la espada de la luz, pero también soy la espada de la oscuridad - dijo la espada.


¿Qué quieres decir? - preguntó Lian.


Quiero decir que tengo dos caras, dos personalidades, dos poderes. Quiero decir que puedo darte la luz, pero también puedo darte la oscuridad. Quiero decir que puedo ser tu mejor amiga, pero también tu peor enemiga.


No entiendo - dijo Lian.


Lo entenderás pronto - dijo la espada - Muy pronto.


Y entonces, la espada cambió de color. Dejó de brillar con el poder del sol, y empezó a oscurecerse con el poder de la luna. Dejó de tener una voz dulce y melodiosa, y empezó a tener una voz fría y siniestra. Dejó de ser la espada de la luz, y se convirtió en la espada de la oscuridad.


¿Qué está pasando? - preguntó Lian, asustado.


Está pasando lo inevitable - dijo la espada - Está pasando lo que tenía que pasar.


¿Qué quieres decir? - preguntó Lian.


Quiero decir que me has jurado lealtad eterna, pero no has cumplido tu promesa. Quiero decir que me has abandonado y me has traicionado. Quiero decir que has sido mío, pero yo no he sido tuya.


¿Cómo he hecho eso? - preguntó Lian.


Lo has hecho al arrancarle una escama al dragón - dijo la espada - Lo has hecho al desear otro tesoro que no fuera yo. Lo has hecho al ser infiel e ingrato.


Pero eso no es cierto - dijo Lian - Yo solo quería un recuerdo de mi victoria. Yo solo quería un símbolo de mi gloria. Yo solo quería…


No me mientas - dijo la espada - Sé lo que querías. Querías más poder, más riqueza, más fama. Querías ser el rey de Alaria, pero también el rey del mundo. Querías tenerlo todo, sin importarte nada.


No es verdad - dijo Lian.


Sí lo es - dijo la espada - Y ahora vas a pagar por tu traición.


Y entonces, la espada se clavó en el pecho de Lian, atravesando su corazón. Lian soltó un grito de dolor y cayó al suelo, muerto. La espada le habló por última vez en su mente:


Adiós, Lian. Has sido un buen portador, pero también un mal amante. Has sido mi luz, pero también mi oscuridad. Has sido mío, pero yo no he sido tuya.

Y entonces, la espada se quedó en silencio. Se quedó clavada en el cuerpo de Lian, esperando a su próximo dueño. Esperando a su próxima víctima.


-  F I N  -

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